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Viernes, 29 de Octubre de 2010

Malnacidos · José Miguel Prado · Montijo

El diario extremeño Hoy informa el día 27 de octubre de que una niña recién nacida ha muerto dos días antes a causa de una patología indetectable antes del nacimiento en el Hospital San Pedro de Alcántara de Cáceres. Seguro que esto no sería noticia en ningún medio de comunicación serio. Acaso pudiera aparecer en sucesos para “completar” unas líneas en la página izquierda dedicada a la información local o a sucesos, según el caso. ¿Por qué, pues, aparece en la portada del Hoy y en página derecha (número 21) a cuatro columnas con foto en color de tres? Está claro, la “noticia” es que los padres querían que naciera en casa. Importa la polémica. Los temas controvertidos venden más. Si hubiera nacido en el domicilio familiar por imprevisión seguramente tampoco sería noticia de portada. La noticia, lo imperdonable habría que decir para ser exactos, es que el parto estaba programado en casa por unos padres adultos, conscientes, informados y responsables en el uso de sus derechos.


¿Por qué hay quien se empeña en parir en casa con los “avances” de la medicina actual? es la cuestión que se desprende de titulares y entrada. Tratemos de adoptar su punto de vista. Querámoslo o no, existen personas que, en el ejercicio de su libertad, eligen a quién amar y cómo quererse. Luego deciden tener hijos y algunos planean hasta cuándo, cómo y dónde tenerlos. Piensan ellos, ingenuos, que la libertad es algo más que poder escoger entre la sanidad pública y varias compañías de salud que ofrecen sus servicios imprescindibles para el caso. Se trata de padres responsables que tras hacer un seguimiento riguroso de la evolución de todo el embarazo, con la información que los médicos les dan mediante diagnósticos prenatales (que tampoco parecen, como se demuestra en la ocasión que nos ocupa, infalibles), deciden alumbrar a su hijo en casa. No es tan difícil imaginar a madres que no quieren ser tratadas como enfermas o como meros casos atendidos con deshumanizado protocolo médico cuando van a parir. Hay parejas que reivindican, si les es posible, su maternidad y su paternidad como un acto consciente, íntimo, humano, dicho de otro modo, como un supremo acto de amor.

 

Algunos médicos y personal sanitario reconocen el problema de fondo y se plantean, como el propio Dr. Gallego, ginecólogo del Hospital de Cáceres, que hay que humanizar más el trato en los partos para que sea nulo el número de progenitores que rehúya los entornos medicalizados. Finalmente, hay personas cuya profesión médica y legítimo negocio consiste cobrar por los nacimientos que asisten en clínicas privadas. Defienden sus intereses. Tal vez estén en su derecho a aprovechar la desgracia de una familia que pierde a una criatura recién nacida a causa de una patología congénita, tal vez ni detectada ni curable en ningún hospital. Reconozcamos abiertamente que desean aprovechar el caso para disuadir a otros que quieran parir en casa. Quizá les mueva que pierden un poco de su negocio y algo más: el control de una parte esencial de la vida privada, especialmente de la de las mujeres. Pueden manifestarlo sin ambages, como hace el Dr. Arjona, presidente del Colegio de Médicos de Cáceres, en la misma página del diario Hoy manifestando sus “dudas” sobre el derecho de los padres a decidir si es seguro para sus propios hijos nacer en casa. Para quien piense que se malinterpretan sus palabras reproducidas sin contexto añadiremos esta línea tomada de El periódico Extremadura de la misma fecha donde confiesa haber reclamado “a las autoridades sanitarias que "se intervenga" para determinar "hasta dónde llega la libertad de los padres"”. Esperemos que nadie con ideas semejantes sobre la libertad de los demás tenga la más mínima posibilidad de legislar sobre el asunto. Porque nadie con otra concepción del mundo desearía que un día les diera por dudar, pongamos por caso, de si los que miden menos de 1,50m., o los que tienen los ojos de cierto color, o los que tienen determinadas ideas políticas o morales, o cualquier otro aspecto personal o privado, deben procrear. Da miedo pensarlo. Dejémoslo ahí. No nos creemos con derecho a juzgar su posición.

 

Lo que sí nos parece es que debe ser difícil en ese estado mental imaginarse el dolor que causa su actitud a unos padres, ya desolados, al ver un tratamiento semejante de su desgracia por parte de un sector sanitario y de los medios de comunicación que los secundan y dan alas. Señores, que sus negocios vayan bien, que puedan seguir aprovechando cualquier cosa para que su poder fáctico aumente a nuestras espaldas y, en ocasiones, a costa del dolor indecible de algunos de nosotros. Los ciudadanos de a pie que preferimos ser dueños de nuestros derechos y libertad, nos alineamos con estos padres que viven ahora el colmo de la aflicción. Pensamos en ellos y les pedimos que, se sientan como se sientan, no dejen de darle a su otro hijo, el que les queda y les hará sonreír a pesar de todo, mucho cariño. Les insistimos en que le den todo el amor que tienen para él. Que le den también parte de los mimos que destinaban a esa pequeña que ha dejado este mundo entre los que la esperaban con anhelo y los que la despiden con crueldad. Que le den a él todo el amor que parece habérseles helado de golpe en sus corazones.

 

Sépanlo ellos y el todo el mundo: su coherencia, su dignidad y su dolor cuentan con toda nuestra simpatía y nuestra ternura desinteresada. Lo último que quisiéramos, quizá también por haber nacido en casa, es ser malnacidos.

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